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 Relato - Viuda de Roble

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Ragnar Firehand
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MensajeTema: Relato - Viuda de Roble   Relato - Viuda de Roble EmptyMar Sep 22, 2009 12:49 pm

Viuda de Roble

Los dos ejércitos colisionaron bajo la menguante luz de un sol moribundo. Desde el lugar privilegiado en la linde del bosque, Viuda de Roble se arrodilló y asió el arco. Había pasado la mayor parte de la tarde observando a ambos ejércitos reunirse y formar en los bordes del valle poco profundo. Ahora, bajo el sol encarnado que pendía sobre el horizonte, finalmente saltaban el uno sobre el otro.

Qué sencillo era, pensó la Elfa Nocturna, que estallara una conflagración de una sola chispa. El fragmento de un rumor: Se podía encontrar un yacimiento de oro en este valle agostado. Los aventureros de la Alianza y la horda irrumpieron en él, ansiosos de reclamar el lugar para su pueblo, para tropezarse los unos con los otros. Entonces se distanciaron mientras la naturaleza siguió su curso y la desconfianza convirtió a los rivales en encarnizados enemigos, a los grupos pequeños en ejércitos organizados y un valle desierto en un campo de batalla.

Desde su derecha bajaban los orcos, recios soldados de anchos hombros que inundaban la ladera del valle como una marea de piel verde. Se arremolinaban alrededor de los grandes Chamanes que absorbían energías mágicas para convertirlas en saetas de poder. Los Tauren de cabeza de toro resoplaban y mugían como torres sobre los Orcos, de menor estatura. Poderosas bestias Kodo avanzaban pesadamente, babeando y mugiendo, mientras que a sus espaldas los Orcos golpeaban los atronadores tambores de guerra inmensos y llevaban a los guerreros de la Horda a un frenesí bélico.

A la izquierda de Viuda de Roble los Humanos avanzaban al encuentro de los Orcos con el atardecer reluciendo en sus armaduras como si fuera sangre. Los espadachines caminaban trabajosamente sobre la hierba seca con un gran grito de batalla en la garganta. Caballeros con armadura a lomos de corceles dirigían el asalto, y tras ellos había una muchedumbre de campesinos armados con cualquier herramienta que pudiera convertirse en un arma decente. Tras todos ellos, los Hechiceros de la Alianza hendían el aire con ondas de poder mágico. Finalmente, allí, coronando la colina de la retaguardia, el traqueteo de las máquinas de asedio avanzaba en una niebla negra nauseabunda.

Tres semanas antes ninguno de los bandos se había interesado por este valle seco y arrasado por el viento. Ahora tanto la Alianza Humana tanto como la Horda Orca estaban dispuestos a morir por esta tierra. Su anterior unión durante la Batalla del Monte Hyjal no significaba nada y los ejércitos se arrojaban pendiente abajo.

Viuda de Roble se permitió una sonrisa forzada y el gesto le tiró de la cicatriz que le bajaba desde la frente, le cruzaba la cuenca ahora vacía del ojo y descendía por la mejilla. La rivalidad de estos grupos eran en verdad pozos profundos que podían hervir con facilidad. Incluso ahora aprovecharían los últimos rayos de sol para luchar entre si para no soportar una sola noche con el enemigo tan próximo.

Los dos ejércitos chocaron entre si en oleadas de metal y piel verde. La tierra se agitó debido al impacto de los golpes. Los gritos de batalla se convirtieron en gritos de dolor cuando la espada mordió la carne, la maza aplastó el hueso y la sobrecogedora energía mágica desolló la piel en vivo de sus blancos.

Se oyó una explosión en la retaguardia de las filas de la Alianza cuando una de las máquinas cayó por un conjuro enemigo. Llovieron fragmentos calientes de metal y las fuerzas de alrededor respondieron con alaridos de dolor y fritos de consternación.

También había gritos ahora en el bando Orco: El guardaespaldas de un Chamán fue hecho pedazos y una marea de flechas voló hacia el Chamán como un centenar de voraces insectos. Erizado como un cardo, el conjurador cayó hacia adelante perdiéndose de la vista.

De vuelta en el centro del valle, las nítidas líneas de batalla habían degenerado en una miríada de combates cuerpo a cuerpo mortales. Un combatiente Tauren desmontó a un Caballero de su corcel. Una cuña de campesinos armados siguieron a un Paladín cuando se adentró en lo profundo de la Horda para desaparecer entre alaridos bajo la ola de músculo verde y espadas ensangrentadas. A lo largo de la cresta de la Alianza, un retumbar sordo y profundo le indicó a Viuda de Roble que los Morteros Enanos estaban en posición. Confusión y muerte cayeron sobre las fuerzas Orcas. Enloquecida por el humo, el ruido y el dolor, una de las Bestias Kodo escapó sin control y los tambores cayeron bajo su pesado galope, dejando un camino de Aliados aplastados en su huida del campo de batalla.

Viuda de Roble observaba con el ojo bueno como la Alianza y la Horda se destrozaban. A los Elfos Nocturnos no les interesaba extraer oro, pero no evitaban este valle por falta de interés. Un gran Demonio había sido abatido aquí. Su podredumbre había dejado una mácula persistente que agitaba la sed de sangre de quien entrara en el valle.

Viuda de Roble había advertido sobre ello. Su pueblo era un visible aliado de los Humanos. Mas la joven raza era atrevida y no prestaba oídos a la Sabiduría. Ahora, chocaban contra los Orcos en una orgia de violencia.

Dos de los combatientes, ambos ensangrentados por luchas anteriores, peleaban peligrosamente cerca del punto de observación de la Elfa Nocturna. El humano había perdido su casco y su frente estaba embadurnada de escarlata. Un oscuro y espeso regar manaba de una herida del hombro y bajaba por el verde brazo del orco. Humano y orco giraron, entrechocaron espadas, se alejaron y cargaron de nuevo. El humano trazó un amplio arco con su espada larga, que el orco bloqueó con el grueso mango mellado de su hacha. Como respuesta, el orco embistió con un poderoso hachazo desde lo alto y el humano lo desvió con un tremendo golpe de su propia arma.

Los dos se enzarzaron en una danza mortal, intercambiando sucesiones de golpes y apartándose de nuevo. Una vez, dos, tres veces, siempre debilitando al otro pero gastando fuerzas también. Aunque la muerte acechaba el valle en sombras a su alrededor, el combate parecía en tablas.

Entonces percibieron a Viuda de Roble. Primero el Orco le dirigió una mirada, con el grueso ceño fruncido de asombro. El humano se dio cuenta de su gesto y dedicó un momento a ver que atraía la atención de su enemigo.

La sonrisa se le borró de la cara a Viuda de Roble. Se puse en pie junto a la linde del bosque aún con el arco en la mano. Era la única que seguía ilesa en el campo de batalla y por tanto era automáticamente sospechosa.

Los dos combatientes intercambiaron una mirada, el Orco descubriendo los colmillos de la boca y el Humano asintiendo lúgubremente de inmediato y en silencioso acuerdo. Un grito de batalla estalló en su garganta cuando arremetieron contra la Elfa Nocturna.

Aunque el orco era mas musculoso, incluso revestido de placas de acero el Humano era mas rápido. Viuda de Roble se concentró en el primero: Tocó un amuleto y alrededor del Humano se enmarañaron una gran cantidad de enredaderas y raíces. El humano maldijo mientras la vegetación le agarraba y hacía cada paso mas difícil que el anterior. Viuda de Roble dirigió su atención al Orco, aunque no iba a olvidar al humano. Estaba demorado, pero aún era parte de la lucha.

El orco tomó precaucione y convirtió su carga en una maniobra flanqueadora. Viuda de Roble sonrió: El orco le permitía jugar su mejor baza. Con una breve oración a Elune, la diosa de la Luna, Viuda de Roble alzó su arco y soltó una flecha, después la segunda y la tercera. La oración bendijo cada disparo y las flechas estallaron en llamas en una serie de bolas de fuego en miniatura. Con una palabrota, el orco se tiró hacia un lado. La primera le pasó volando con una estela de humo ácido, pero la segunda y la tercera dieron al blanco. El guerrero orco aulló cuando la llama mística, bendecida por la misma diosa Luna, se extendió por su ser como si estuviera empapado de aceite. Dejó caer el hacha y agitó los brazos violentamente en un vano intento de sofocar las llamas, y cayó instantes después. El penetrante olor de carne quemada se unió al tufo de pólvora y vapor que pendía sobre el campo de batalla.

El humano aún estaba jurando y luchando contra la vegetación enredada, impasible por la muerte del orco. Viuda de Roble le dedicó un respetuoso gesto con la cabeza, sin mover un dedo para acabar con él. Podía sentir el seductor susurro de la sed de sangre demoníaca, pero no caería víctima de él. Los Elfos Nocturnos estaban hechos de otra madera.

Miró mas allá del Humano atrapado entre raíces hacia el valle poco profundo. El sol ya había casi desaparecido, era una mera rendija sangrienta contra el cielo oscurecido. Salía humo de numerosos lugares y los chillidos de dolor declaraban que la batalla terminaba para muchos. Aún así, el acero contra el acero sonaba en las crecientes sombras y anunciaba que la lucha aún no había terminado para todos.

Con una ligera inclinación hacia el humano enmarañado, Viuda de Roble entró de nuevo en el follaje en sombras. En un instante hubo desaparecido, se fundió con la oscuridad. Cuando el soldado se pudo liberar y corrió hacia la linde del bosque, todo lo que encontró fue el débil sonido de la risa burlona de Viuda de Roble en el viento.

Extraído del libro básico de Warcraft D20.
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