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 Aurea Sunhand

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Ragnar Firehand
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Ragnar Firehand


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MensajeTema: Aurea Sunhand   Aurea Sunhand EmptyDom Oct 04, 2009 10:30 am

Aurea Sunhand Aerinelvenfighterbyloka



Capítulo I - La muerte de Arassa


Aún recuerdo el día que
llegué al orfanato de Lunargenta cubierta por aquella harapienta manta. Había
sido guiada hasta allí por las calles de la ciudad por uno de los muchos
curiosos que se habían acercado a la casa tras el conocimiento del
fallecimiento de mi madre.


El edificio resultó ser
pequeño y destartalado, muy diferente al resto de edificaciones que alzaban
imponentes y brillantes a lo largo de la ciudad. Y en la puerta principal me
esperaba una elfa de avanzada edad de la cual solo recuerdo aquel ostentoso
chal que caía más de un hombro que de otro.


- ¿Así que esta es la pequeña
Sunhand? – Murmuró con un chasquido de la lengua. No me atreví a alzar la
mirada del suelo, aún tenía las mejillas húmedas de las largas horas que me había
quedado abrazada al cuerpo inerte de mi madre.


Observé de reojo como el elfo
que me había acompañado asentía levemente. La mujer se acercó hasta mí y caminó
a mi alrededor, como si me estuviera evaluando.


- ¿Y Alastor? -


- Aún no se le ha podido localizar.
Se han mandado emisarios a todos los puntos del territorio de la Horda.-


- Está bien, me quedaré con
ella.- La mujer me empujó hacia el interior del edificio sin decirme nada más.
Cerrando la puerta tras de si, sin siquiera despedirse del hombre que me había
llevado hasta allí. Y ahí, comenzó mi tormento. El odio que sentía por mi padre
iba aumentando a cada día que pasaba encerrada entre aquellas paredes. No solo
no había estado allí cuando mi madre había muerto, sino que me dejaba
abandonada en aquel lugar.


El resto de niños me
recibieron de forma fría. Siempre había tenido una vida cómoda, nunca me había
faltado de nada y siempre me había regodeado con niños de alta cuna gracias a
la fama de mi padre. Pero allí, no era nada, solo era la nueva, de la que se
burlaban por las ropas sucias y rotas que ahora tenía que ataviar y el corte de
mis hermosos bucles que hicieron para “Ahorrar dinero” según la anciana.


Hasta el último día de mi
estancia en aquel orfanato jamás escuché mi nombre ni apellido, siempre había
sido “Tú” o “Esa” y cuando escuché mi nombre de los labios de la anciana me
extrañé. Alcé la mirada del pergamino que aún seguía en blanco sobre mi mesa y
descubrí con sorpresa la figura que me miraba desde la puerta. Un abatido
emisario del sol me miraba con tristeza desde el otro lado de la habitación,
con pasos cansados caminó hasta mí y me abrazó con ternura, sin ser respondido.


- Cariño ¿Te encuentras
bien?.- Mi padre me apartó el flequillo de la cara y me hizo mirarle a los ojos
– Oh… lo siento tanto… Estuve tan lejos que los otros emisarios no lograban
encontrarme.-


- Sácame de aquí – Gruñí de
forma seca. Alastor asintió leve mientras tiraba de mí hasta ponerme de pie.
Con brusquedad arrastré la mano por encima del pupitre tirando los pergaminos y
colores que me habían dado un rato antes para dibujar, desperdigándolos todos
por el suelo, ante la molesta mirada de la anciana.


- ¡Sunhand!- Gritó la mujer
furiosa, pero las tornas habían cambiado nuevamente, mi mirada amenazante se
clavó sobre ella, quien pareció amedrentarse de pronto, dando un paso hacia
atrás. Ya no era una de aquellas niñas del orfanato, volvía a recuperar la
clase que me pertenecía por derecho y por tanto el respeto que me debían tener.


De la mano de mi padre
abandoné aquel lugar, no miré en ningún momento hacia atrás y sentí la mirada
de envidia del resto de huérfanos que me observaban desde la ventana, aquello
me regocijó y me llenó de placer.
Cuando volví a entrar por primera vez en casa un extraño temblor recorrió mi
cuerpo, al ver que mi madre no me esperaba con su habitual sonrisa al otro lado
de la cocina con un plato lleno de deliciosa comida. La casa estaba vacía y
llena de polvo.


Durante los siguientes meses
mi padre luchó porque volviera a llamarle “papá” pero esa palabra no volvió a
salir de mis labios nunca, cosa de la que me arrepentí el día que me di cuenta
de que ya jamás podría volver a decírselo.


Mis cabellos volvieron a
lucir tan brillantes y suaves como era habitual, con la diferencia de que los
bucles habían desaparecido y yo no había manera de que volvieran a decorar mi
rostro, ahora caían lacios sobre mis hombros, casi sin vida.


Cuando me vestí nuevamente
mis suaves vestidos de seda un alo de satisfacción me recorrió. Otra vez en
casa… pero al parecer no iba a durar mucho.


Una noche, pocos meses
después del suceso mi padre me hizo sentarme en uno de aquellos pequeños
sillones que siempre me habían gustado tanto.


- Me tengo que marchar… tengo
que entregar un mensaje – Vi en el rostro de mi padre como aquellas palabras
eran un suplicio para él decirlas, como si cada palabra quemara sus labios. – Y
aún eres demasiado pequeña para que te deje sola… Hablé con la anciana del… -


- Me iré contigo –


- Pero… -


- ¿Piensas abandonarme otra
vez Alastor?¿ Cómo hiciste con mamá? – Mis palabras volaron por el aire hasta
clavarse como un puñal de hielo en el pecho de mi padre, sus labios temblaron
con brusquedad y sus ojos amenazaron con llenarse de lágrimas.


- Claro que no… - Él se giró
con brusquedad ocultando las lágrimas que ahora caían por sus mejillas. –
Partiremos mañana hacia Orgrimmar.-


Y ahí se acabó la
conversación.


Entré en mi dormitorio y
cerré la puerta de un portazo, lo suficiente rápido como para evitar que la
primera gota salada cayera con la habitación abierta.
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MensajeTema: Capítulo II   Aurea Sunhand EmptyLun Oct 12, 2009 8:54 am

Capítulo II - El primer mensaje

A la mañana siguiente estaba
lista cuando mi padre llamó con suavidad a la puerta, salí del cuarto con una
simple túnica que caía con suavidad hasta mis pies, una capa que ondeaba a mi
espalda por la corriente que había entre la puerta y la ventana y una mochila
que colgaba de mi hombro.


No sé por qué mi padre tenía
esa cara de asombro, ¿Acaso pensaba que le iba a echar algún tipo de conjuro al
armario para reducirlo de tamaño y metérmelo en el bolsillo? Solo había dos
cosas que no había dudado meter en la mochila nada más comenzar a hacerla, una
caja de música que le habían regalado cuando era pequeña y que su madre siempre
se la accionaba antes de dormir, y un dibujo de su madre cuando era joven, esa
sonrisa… esa mirada…


Suspiró bajando las escaleras de la casa.


La mirada de la gente me
incomodaba, sabía lo que pensaban, que mi padre estaba loco por llevarme con
él. Pero no me importaba, al menos esta vez no se iba a quedar sola.


Caminaron entre las calles
hasta la Aguja, furia del sol, mi padre se paraba de vez en cuando a hablar con
algunos elfos con los que se cruzaban, algunos me miraban y luego preguntaban
qué hacia allí y otros simplemente no perdían su preciado tiempo en observarme.


Cuando llegamos hasta el orbe
de translación aquello me pareció alucinante. No era la primera vez que iba,
alguna vez me habían llevado de excursión con la escuela hasta allí
explicándome como funcionaba, pero realmente nunca había llegado a prestar
demasiada atención, si no hubiera sido por aquel elfo tan guapo que se había
sentado a la izquierda del orbe, tal vez hubiera conocido su funcionamiento.


Su padre se lo explicó de
manera fugaz, haz esto, haz aquello y apareceríamos en el orbe de translación
de Entrañas, la capital de los no-muertos.


Obedecí a las indicaciones,
me acerqué hasta aquella figura rubí y la palpé con suavidad con las manos de
mis labios se escapó la palabra en élfico “Transpórtame”.


Todo giró a mi alrededor
durante unos segundos, el suelo se puso sobre mi cabeza y el techo bajo mis
pies, mi padre desapareció de mi lado y todo se oscureció. Poco a poco… todo
volvía a la normalidad. Me sentía mareada y fatigada y miraba a mi alrededor
curiosa. Pocos segundos después mi padre apareció a mi lado con una amplia
sonrisa.


La imagen que había su
alrededor era sombría y fría, rodeada por aquellos altos muros grises tan
diferentes a Lunargenta, y ante ella había una criatura extraña… cuando alargó
el brazo para darle la mano a mi padre mi rostro se contrajo de horror. ¡Solo
tenía huesos! ¿Dónde estaba su carne? ¡En los libros no salían tan
horripilantes aquellas criatura!


- ¿Llegamos a tiempo? –
Preguntó Alastor al no-muerto el cual asintió varias veces la cabeza, la cual
me dio la sensación que estuviera a punto de caerse de sus hombros para rodar
por el suelo.


De la mano libre del
no-muerto salían dos largas riendas atadas a dos caballos iguales que su amo,
¡De hueso!. Me sentí mareada.


- Aurea, espero que no te
importe que vayamos hasta el dirigible en estos caballos.-


Negué de forma frenética.
¿Qué se pensaba? ¿Qué me iba a asustar alguna de aquellas criaturas y que le
pediría que por favor me devolviera a Lunargenta?


Se agarró a las riendas del
animal y de forma torpe intentó pasar la pierna por encima de la montura, sin
conseguir demasiado, un empujón por parte de las manos huesudas de aquel
no-muerto me situaron encima del animal con la única consecuencia de un
escalofrío por toda la espina dorsal.


Pronto los dos estuvimos de
camino hacia la enorme torre donde se cogían los dirigibles a las afueras de la
ciudad, la criatura que cabalgaba era fría y realmente incómoda, los huesos de
sus costillas se clavaban a través de las mantas y la silla en la que me
encontraba subida, además, mi cuerpo aún era demasiado pequeño para una montura
de aquel tamaño por lo que el viaje se me hizo eterno.


Cuando llegamos también nos
esperaban para recoger las monturas. Subimos las ondeantes escaleras hasta el
primer piso y llegamos justo a tiempo para dar una carrera hasta el dirigible.
El armatoste de madera comenzó a sobrevolar las tierras no-muertas y me
apresuré a asomarme para ver como las tierras pasaban una tras otras bajo
nosotros.


- Siento tener que
arrastrarte conmigo.- Murmuró mi padre
apoyándose a mi lado. No respondí, simplemente silencio… Demasiado pequeña para
saber que mi padre estaba pasándolo tan mal o más que yo… y demasiado mayor
para saber el dolor que podían llegar a hacer mis palabras.


- No pasa nada Alastor.- Y
otra puñalada fría para el corazón de mi padre… Su nombre en mis labios sonaban
fríos… y dolorosos.


Una joven elfa, tal vez
rondara los 120 años se acercó a nosotros con paso lento, su larga túnica
arrastraba por los tablones de madera y sus cabellos rubios se encontraban
trenzados de forma hipnótica sobre su cabeza.


- No deberías hablarse así a
tu padre, jovencita. - Me volteé con brusquedad para mirar a aquella joven que
se atrevía a hablarme de aquella forma.


- ¿Y quien os creéis que sois
para hablarme así? –


- ¡Aurea no seas así! – Se
quejó mi padre, pero la joven elfa seguía sonriendo divertida por las palabras
de la niña.


- Mi nombre es Nayae Icemouth.-
Mis labios se torcieron en una mueca de asombro. ¿Nayae? ¿La famosa maga de las
llanuras? ¡Su nombre era tan o más conocido que el apellido de mi padre! Mis
mejillas se ruborizaron y bajé la mirada avergonzada. La maga se rió ante mi
respuesta a su nombre. – No hay que juzgar a la gente por su aspecto, ¿Sabéis
por qué? Porque sino, desde un principio yo hubiera pensado que sois una
criatura malcriada, pero… - Sus labios se acercaron hasta mi oído – yo sé que
en el fondo no sois así.-


Aquellas palabras me dejaron
colapsada y realmente pensativa, pero en aquel momento no comprendía que quería
decirme, años después lo descubrí… Un muro de hielo se había creado a mi
alrededor, dejando a la pequeña e indefensa Aurea en su interior, con arietes
en lo más alto de las paredes evitando que cualquier cosa entrara… Y de la
misma manera que la verdadera yo saliera.


Me encariñé rápidamente con
aquella joven, me recordaba a mi madre, a quien echaba de menos cada noche.
Durante el viaje siempre iba con ella, me enseñaba trucos de magia y me contaba
aventuras. Al parecer una vez, practicando con un hechizo lo pronunció mal y en
vez de hacer aparecer unas setas mágicas, hizo aparecer a un enorme tiranosaurio
que por poco devora media ciudad.


Sentía admiración por su
belleza y su manera de hacer, aún cuando su túnica era humilde la llevaba con
orgullo y realmente la favorecía a su piel bronceada por el sol, sus palabras
siempre sonaban seguras de sí mismas ,había sido capaz de sellar mis labios con
apenas unas cuantas palabras y además la fama que decoraba su nombre había sido
conseguida por sus propios méritos.


El día que llegamos a
Orgrimmar se ofreció a quedarse conmigo mientras Alastor iba a entregar el
mensaje, fuimos a conocer la ciudad, porque al parecer aún cuando había viajado
tanto era la primera vez que llegaba a la capital orca, cosa que la emocionaba
en sobremanera.


Pocos días después cuando nos
avisó de que tenía que proseguir su viaje, me apené mucho. La idea de separarme
de ella me resultaba más dolorosa de lo que me había parecido abandonar
Lunargenta.


Me marché corriendo hacia la
posada sin ser capaz de despedirme de ella, y hasta muchos años después no
volví a saber nada de ella.


Muchos rumores sobre la gran
maga de las llanuras… pero ella ya no se encontraba allí conmigo, de nuevo nos encontrábamos
mi padre y yo y nadie más, ni mamá, ni Nayae…


- Como el río… Todo el mundo
fluye hacia su camino… a veces dos ríos se cruzan, y cientos de veces se
separan. Seguramente volverás a verla.-


- ¡La culpa es tuya! ¡Seguro
que la espantaste con esa barba tan fea! – El hombre se acarició la barbilla
pensativo, pareció darse cuenta de que realmente necesitaba un afeitado, porque
cuando volvió de ir a hacer unas compras volvía con el rostro totalmente
afeitado, dejando únicamente una pequeñita perillita bajo el labio inferior.


Y mi vida prosiguió durante
décadas de la misma manera… Viajábamos de una ciudad a otra a cientos y miles
de yardas de distancia entre unas y otras, a veces en barco, en dirigible, sobre monturas o
incluso a pie… Conocíamos gente, viajábamos con ella, pero siempre acababa
ocurriendo lo mismo, que ellos acababan tomando una dirección diferente a la
nuestra, lo que producía una nueva separación.


Respecto a mi educación
durante este tiempo… Mi padre se empeñó en que no podía dejar los estudios de
esa manera, por lo que durante nuestros viajes y estancias en distintas
ciudades se dedicó a enseñarme a leer y hablar en élfico, orco y goblin, el
único defecto que produjo esta unión de lenguajes es que mi acento élfico se
fue desgastando con el tiempo, dejando una extraña mezcla de culturas en mi
habla.


Me enseñó astrología,
historia, ciencias sobre la naturaleza, religión, incluso me enseñó a usar la
espada para poder defenderme en caso necesitado. Cuando cumplí los 70 años
recibí mi primera espada, que pendía orgullosa de mi cinturón.


La relación fue mejorando con
el tiempo, aunque la costumbre de llamarlo por su nombre no varió. Íbamos siempre
juntos a todos lados y eso había producido una necesidad simbiótica entre
nosotros.

Pero todo cambió… cuando cumplí los 90 años…
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MensajeTema: Re: Aurea Sunhand   Aurea Sunhand EmptyLun Oct 12, 2009 8:57 am

Capítulo III (Final) - El camino de la luz sagrada

Ya hace de esto 22 años, la
noche que me lo dijo nos encontrábamos en el templo de Cerratejo, un pequeño
poblado trol no muy lejano de Orgrimmar, un anciano sacerdote, Tol-kae, nos
acompañaba en nuestra velada de descanso en la pequeña salita donde nos habían
acomodado. Había notado que últimamente mi padre estaba más extraño de lo
habitual, apenas si me hablaba y aún menos era capaz de sostener mi mirada
durante mucho tiempo.


Tol-kae volvió a servir algo
de vino élfico en nuestras copas, dejando escapar apacibles risas contagiosas,
que devolvían la alegría a nuestros cuerpos fatigados por el viaje.


- Aurea…- Mal empezábamos, el
silencio se hizo en la sala y el sacerdote dejó de servir el vino para observar
de forma discreta a mi padre. – Me han dado un nuevo mensaje que debo
entregar.-


- ¿Cuándo partimos? – El aire
podía cortarse con un cuchillo…


- De eso quería hablarte…
Esta vez no podrás acompañarme – Musitó de forma ahogada, el anciano se frotó
la larga barba blanca pensativa mientras dejaba escapar frases como “La hermana
Tewsod está bien buena”, miré al trol y luego a mi padre.


- ¿Por qué? Siempre hemos
viajado juntos…-


- Pero esta vez es
diferente.- Solo se escuchaba al sacerdote que intentaba disimular con otra
frase similar a “Tal vez si me corto el pelo se fijará en mí” – Debo ir a
tierras Aliadas… Allí hay un pequeño grupo de guerreros orcos a los que tengo
que llevar el mensaje… No puedo llevarte conmigo. Es demasiado peligroso.-


- Pero… ¿Qué ocurrirá
conmigo? –


- ¿Y si le echo pimienta a
las comidas en vez de sal? – Miré de
nuevo al anciano molesta.


- ¿!Quieres callarte viejo
verde!? – El sonido del aire al cortarse hizo que me volteará hacia el trol el
cual, de forma brutal impactó el bastón contra mi brazo desnudo


- Un respeto por tus mayores
jovencita.- Alastor me miró espantado temiendo mi reacción la cual estaba a
punto de aflorar. – Emisario Sunhand ya puedes marcharte, yo me encargaré de
ella y cuando vuelvas a verla será toda una jovencita. ¡Márchate ya! - Alastor
obediente se levantó arrastrando la silla hacia atrás, lo observé horrorizada
sosteniéndome el brazo herido el impacto había sido brutal y seguramente
dejaría marcas en mi piel. Vi como mi padre abandonaba el templo con paso
decidido sin mirar hacia atrás.


- Pa… pá…-


Tol-kae se acercó hasta mí y
me rodeó de forma cariñosa entre sus brazos.


- Lo hace por ti. Sé que con
el tiempo lo entenderás- Las lágrimas caían por mis mejillas de forma
impotente, en los últimos años siempre había conseguido lo que había querido y
ahora, de nuevo mi padre se había marchado en contra de lo que yo deseaba. Es
cierto que al final le comprendí y le perdoné por haberme dejado allí. Me
gustaba el lugar y Tol-kae realmente fue un gran maestro, algo agresivo a
veces… Pero me educó de una manera estupenda, me enseñó el camino de la luz
sagrada y motivó mi uso de las espadas. Me enseñó un riguroso código que
intentó por todos los medios que siguiera y me enseñó la diferencia entre el
bien el mal.


El tiempo pasaba y mi padre
no volvía, pero apenas si me daba cuenta, limpiar y aprender a cocinar, a
coser, incluso a hacer mesas y sillas era un trabajo difícil que compaginar con
mis lecturas de literatura, mi magia de sanación y mis estocadas en los
maniquís de paja que Tol-kae había echo poner en los jardines del templo para
mí.


Crecí allí, sola, con la
única compañía de Tol-kae, Atraemagulladuras (El nombre con el que apodé el
bastón de mi maestro) y el resto de sacerdotes del templo los cuales me mimaban
con cariño ante mi aspecto infantil, aunque realmente yo fuera ya mucho más
mayor que ellos.


El tiempo pasó entre aquellos
muros en los que me sentía protegida, no hacía falta que allí alzara mis
paredes de cristal, pues cada vez que lo intentaba el Atraemagulladuras volaba
ferozmente hasta mi cabeza.


Y entonces, pocos días de mi
110 cumpleaños ocurrió… la noticia que durante tantos años había estado esperando
llegó, pero no era la que esperaba, el emisario que llegó a las puertas del
templo no fue su padre, sino un elfo que no llegó a reconocer y que le tendió
con semblante una carta sellada por Lunargenta.


Tol-kae me quitó la carta de
las manos cuando yo la había terminado de leer…


- Lo siento mucho... Aurea…-


Mi padre había fallecido en
las manos de la alianza, hacía catorce años… pero había pedido expresamente en
su testamento, que no se me avisara hasta los 110 años…. Mi mundo se me cayó
encima, pero por mis mejillas no cayeron lágrimas ni nada similar…


- Adiós… -


Estuve dos años más bajo el
cuidado de Tol-kae quien tras la noticia de la muerte de mi padre se había
vuelto más protector ante la frialdad con la que había recibido las palabras de
la carta.


Una noche Aurea apareció ante
Tol-kae, que descansaba con los ojos cerrados en un silloncito.


- Me voy a ir a reclamar mi
lugar… como emisaria…- Él siquiera se giró para mirarme, esbozó una sonrisa
leve mientras asentía. No pensaba detenerme…


- Que los espíritus te
protejan… Aurea-
Y me marché… a por mi destino… levantando de nuevo ese muro de hielo que me
separaba del exterior que ahora me resultaba tan amenazante.
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